TEMA No 2 LA ESCUELA COMO REFERENTE SOCIAL Y CULTURAL DE LA SOCIEDAD.
TEMA
No 2
LA
ESCUELA COMO REFERENTE SOCIAL Y CULTURAL DE LA SOCIEDAD.
La escuela es un espacio colectivo. Convergen y concurren en ella personas de diversas culturas, religiones, costumbres y valores, distintos rasgos físicos, personalidades y comportamientos totalmente distintos. Por eso la importancia de aprender a convivir. Para aprender a convivir con tanta diversidad, es fundamental valorar, respetar y reconocer la diversidad y las diferencias. Nadie escoge con quien trabaja o estudia en una escuela. La escuela, una de las Instituciones más importantes en la vida de una persona quizás también una de las primordiales luego de la familia, ya que en la actualidad se supone que el niño se integra a ella desde sus años tempranos para finalizarla normalmente cerca de su adultez.
Krishnamurti, citado por Colom y Melich, 1997). Es una intención
formadora que pone sus esfuerzos en hacer que lo aprendido sea significativo y
transformador del actuar humano, que perfila una escuela que en sí misma
propone una comprensión del mundo, de sus relaciones y de las estructuras más
adecuadas para vivir humanamente; en ese sentido, propone una pregunta por el
tipo de institución que se debe estructurar para lograr que dichas opciones
sean un hecho; según Corté s (1999, p. 40), se trata de una escuela concebida
como el espacio donde se construyen ambientes estructurales y globales para la
transformación del sujeto, mediante los cuales se propicia el desarrollo del
talento como la herramienta más elaborada del hombre para fabricar un conjunto
de abstracciones sobre el mundo real y sobre sus propias idealidades, y al
mismo tiempo, reconocer en las habilidades y destrezas diversas formas de
racionalización que recrean y crean situaciones más propicias para el
desarrollo humano de los sujetos comprometidos en un proceso de formación. De
esta forma la escuela es un espacio de interacción, construcción y desarrollo
de potencialidades necesarias para la comprensión del mundo, sus
relaciones y sus posibles transformaciones.
Dentro de la escuela se
presentan las siguientes categorías que están implicadas en el desarrollo
humano de los sujetos: socialización, construcción de identidad y moralidad.
Esto atiende a la necesidad de hacer visible la escuela, no ya como aquella
institución educativa ejecutora de procesos administrativos y técnicos, que ya
bien importantes son, sino, y además, como una lectora que, desde su dimensión
pedagógica e independientemente de que lo tenga claro o no, se ocupa por la
socialización y la construcción de sentidos de identidad tendientes a la
configuración de sujetos morales que se hacen como tales en la interacción y la
confrontación continua con sus padres, sus maestros y otros agentes de
socialización, alrededor de temáticas conflictivas consideradas como problemas
morales, construcción de normativas y valores propios de la convivencia,
argumentación y contra argumentación frente a las sanciones normativas,
asunción responsable y comprometida en la toma de decisiones y sus
consecuencias, visualización en las actitudes de una perspectiva del derecho
basada en el respeto y de una perspectiva del deber basada en la
responsabilidad.
El texto planteará tres reflexiones: la primera de ellas, hará
énfasis en la escuela como escenario de formación y socialización, como
portadora de sentidos construidos a través de la historia, la interacción y la
negociación continua de la diferencia planteada por aquellos que han sido y son
sus interlocutores, sus actores y beneficiarios en su proceso de formación y socialización.
En la segunda, se establecerá la relación entre escuela y construcción de
identidad: una mirada desde la interpretación, la cual, según Habermas (1983),
implica el desarrollo de la competencia comunicativa, pues a través de ella los
sujetos logran constituirse, en primer lugar, como seres únicos en sus formas
de ser, sentir y habitar el mundo; y, en segundo lugar, como seres incluidos en
colectivos, cuyo propósito es alcanzar una cohesión adecuada mediante la
construcción conjunta de sentidos de identidad comunes; en otras palabras, se trata de ver en la
escuela el cómo los sujetos se hacen diferentes en lo individual e incluidos en
lo colectivo. En la última parte, la más amplia de todo el documento, puesto
que allí es donde convergerá la relación entre formación, socialización,
moralidad y ciudadanía, se mostrará cómo la escuela, en lectura de su
compromiso ético- moral y político, responde a la formación ciudadana desde una
pregunta por lo moral, es decir, por la estructuración de un pensamiento
autónomo que habilita a los sujetos para vivir sus derechos y asumir
responsablemente sus deberes.
Constituir la escuela como escenario de formación y socialización
connota dos tipos de reflexiones: la primera de ellas referida a la configuración
de los elementos pedagógicos, metodológicos y estructurales propicios para la
orientación de los procesos de enseñanza y aprendizaje; desde esta perspectiva
la escuela deberá entrañar el objeto educativo de la formación, el cual por su
naturaleza, -según Perkins (2001, p. 18)-, plantea tres metas fundamentalmente:
la retención, la comprensión y el uso activo del conocimiento; la expresión que
engloba a estas tres metas, según el mismo autor, es el conocimiento generador,
su propósito es el de ser un conocimiento no acumulativo sino actuado, a través
del cual se enriquezca la vida de las personas y se les ayude a comprender el
mundo y a desenvolverse en él. Así, la escuela deberá intencionar sus prácticas
educativas a la reflexión crítica y a la participación activa de los actores
implicados en la comprensión del conocimiento, el cual, continúa diciendo
Perkins, es la capacidad que poseen los sujetos en formación para explicar,
ejemplificar, aplicar y justificar lo aprendido. Se trata, entonces, de desarrollar
la mente de los educandos, de enseñarles a vivir, de aprender no sólo de los
libros sino de la vida, de producir cambios mentales orientados a que cada
persona aprenda por sí mismo acerca de sí mismo.
En la escuela se producen intercambios
humanos intencionados al aprendizaje de nuevos conocimientos, al desarrollo de
competencias cognitivas, socio- afectivo, comunicativo, e. o y a la
construcción de la identidad de los sujetos como individuos y de la escuela
como comunidad que convoca y genera adhesión. Para que se produzcan esos
intercambios, debemos suponer un escenario; Brunner (1997) lo denomina
subcomunidad en interacción, idea que podemos homologar a un concepto de
escuela, pues como mínimo, según este autor, supone un profesor y un aprendiz;
si no un profesor en carne y hueso, si uno vicario (un libro, una película, un
muestrario o un computador interactivo). La subcomunidad es el lugar en el que,
entre otras cosas, los aprendices se ayudan a aprender unos a otros, cada cual
de acuerdo con sus habilidades; y para ello no hace falta que se excluya la
presencia de alguien cumpliendo el papel de profesor, simplemente basta que él
no juegue el papel de monopolio, que los aprendices se ayuden unos a otros en
la apropiación y significación del conocimiento (Bruner 1997, P. 39). A través
de la interacción con otros es como los sujetos en formación examinan, conocen
y viven la cultura, elaboran concepciones del mundo, establecen diversos tipos
de relaciones y acceden a sus lógicas. La interacción implica la
intersubjetividad, la cual, según Colwyn, citado por Bruner (1997), es una
habilidad humana para entender las mentes de otros, ya sea a través del lenguaje,
el gesto u otros medios.
No son las palabras las que hacen esto posible, sino nuestra capacidad para
aprehender el papel de los contextos en los que las palabras, los actos y los
gestos ocurren. Es la intersubjetividad la que nos permite negociar los
significados cuando las palabras se pierden en el mundo; por esta razón la
escuela debe reformularse bajo este principio, para que a partir de él
construya los mecanismos pedagógicos posibles que hagan de la negociación y la
comprensión acciones cotidianas planteadas en diversos tipos de relaciones
pedagógicas y en la circulación de nuevas expresiones y actitudes significadas
en prácticas democráticas de construcción del conocimiento y de los principios
morales y normativos que afectan la convivencia.
La
escuela y la familia suscriben un pacto en el que la primera se compromete de
manera firme a entregarle a la sociedad un individuo competente y
profesionalmente capaz, un sujeto que sea respetuoso de los valores y tradiciones
de la comunidad a la que pertenece, un individuo autónomo, responsable y con
capacidad de modificar lo existente o de legitimar el orden establecido con
base en criterios ético morales y políticos claros. Para cumplir con este
función, la escuela se convierte en un lugar de vida; de continua lectura
reflexiva de lo que está pasando en el espacio vital de los individuos y de si
sus interacciones configuran una cotidianidad del respeto, la negociación, la
inclusión. En la escuela tienen lugar las expresiones más duras de la
existencia y se producen los momentos más trascendentales para los individuos
(Zambrano, 2000); por tanto, "la escuela deberá ser un universal de la
cultura, un referente omnipresente y necesario que define la inclusión de los
hombres a la sociedad, lo cual significa que transciende sus límites
geográficos y temporales; es un subproducto de la urbanización del mundo, de la
consolidación del lenguaje escrito, del desarrollo del conocimiento y de la
previsión en todos los asuntos para garantizar la continuidad de la sociedad en
el marco del principio de la discontinuidad generacional" (Zapata S.f., p.
40). En mi perspectiva, la escuela es el escenario del reencuentro, la
producción y el intercambio de formas de pensar, sentir y habitar el mundo; en
ella se constituye un universo de culturas e identidades que exigen la
configuración de espacios que acerquen las diferencias y que excluyan aquellas
certezas absolutas que descansando sobre la base de lo ya comprendido no dejan
lugar a la incertidumbre, a lo impredecible, a lo que está por aprender y
comprender. Una escuela que dimensione su accionar pedagógico desde la
constitución de nuevas formas de interacción e intercambio de lenguajes en
donde la palabra, el gesto, el valor, la historia, la biografía son condiciones
requeridas para la construcción de un proceso de formación.
El sujeto moral se constituye como tal en la interacción
continua con otros, en la discusión constante de los marcos valorativos,
normativos y de principios morales que median la convivencia, y en la
conformación de un espacio democrático que permita la confrontación de los
diferentes argumentos, actitudes y sentimientos asumidos por cada uno de sus
implicados, como justificaciones y formar de pensar y actuar moralmente. La
pregunta por la educación moral debe ser pensada desde dos dimensiones, una
primera más centrada en el desarrollo de estructuras mentales que permitan la
configuración del juicio y la argumentación moral y, una segunda, nucleada
alrededor de los diferentes elementos de orden administrativo, curricular,
pedagógico y didáctico que entraman el ambiente escolar requerido para dar
curso a dicho proceso; la conjugación de estas dos dimensiones proporciona una
perspectiva de orden institucional, real y específica, demandada para dar
respuesta a la pregunta por la formación ciudadana de los niños, niñas,
jóvenes, maestros y demás adultos; la cual, a mi modo de ver, tiene su génesis,
como ya se venía insinuando, en la vinculación de estas dos dimensiones y no
solamente en una cuestión de derechos, como aparentemente se nos viene
presentando.
Esta última precisión deseo hacerla porque considero que hacer del niño un ciudadano pleno no es algo que pueda lograrse sólo a partir de un decreto o de una buena intención jurídica; hacerse ciudadano es una tarea que requiere pensarse desde un proceso más profundo, el del desarrollo moral, cuya finalidad explicita es el alcance de un pensamiento autónomo y responsable, que es justamente lo que un ciudadano necesita para ejercer sus derechos, responder por sus deberes, asumir actitudes participativas y tomar decisiones correctas favorables a la mayoría del colectivo al cual pertenece. En palabras de Peters (1984), lo anterior tendría que ver con lo que normalmente esperamos que una persona pueda escoger, para que se vea disuadida por la idea de las consecuencias de sus acciones; que no sea paranoica o compulsiva, pero tampoco conformista u oportunista de voluntad débil, que no vea la autonomía como un deber ser ideal de la educación moral, sino como un continuo construir de criterios autorreguladores de la libertad humana.
ARTICULO
102. La educación es un derecho humano y un deber social
fundamental, es democrática, gratuita y obligatoria. El Estado la asumirá como
función indeclinable y de máximo interés en todos sus niveles y modalidades, y
como instrumento del conocimiento científico, humanístico y tecnológico al servicio
de la sociedad. La educación es un servicio público y está fundamentada en el
respeto a todas las corrientes del pensamiento, con la finalidad de desarrollar
el potencial creativo de cada ser humano y el pleno ejercicio de su
personalidad en una sociedad democrática basada en la valoración ética del
trabajo y en la participación activa, consciente y solidaria en los procesos de
transformación social, consustanciados con los valores de la identidad nacional
y con una visión latinoamericana y universal. El Estado, con la participación
de las familias y la sociedad, promoverá el proceso de educación ciudadana, de
acuerdo con los principios contenidos en esta Constitución y en la ley.
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